El segundo libro en el que King nos introduce el tema de un coche con vida propia, o al menos sobrenatural. Distinto, sin embargo, a Christine, este Buick 8 es de una perversión bien distinta. Si Christine era un Plymouth celoso y sanguinario, esta vez nos presenta un Buick misterioso que parece ser la puerta a un mundo paralelo, del que, de vez en cuando, nos traslada algunas muestras.
El coche misterioso, un Buick Roadmaster 1954, llega a una gasolinera de Pensilvania y su conductor desaparece para siempre cuando va al baño. Sin saber qué hacer, el encargado llama a la Policía, que requisa el vehículo y lo traslada a un cobertizo de la comisaría. En ese primer momento, aparte de la extraña desaparición del conductor, los agentes ya se percatan de que algo raro pasa con ese coche, porque no funciona y nada permite afirmar que haya podido funcionar jamás y llegar por sus propias ruedas a la gasolinera, tal y como asegura el chico que allí trabaja.
El coche, así, y sin que nadie lo reclame, acaba en el cobertizo, donde permanecerá durante toda la novela y durante décadas. Pero no se queda ahí sin más, porque a veces se mueve, provoca explosiones de luces y chispazos, hace bajar la temperatura y en ocasiones el maletero se abre para escupir extraños objetos y animales desconocidos en la Tierra. Los agentes, sobre los que el coche ejerce una intensa fascinación, también llegan a atribuirle la desaparición de un compañero y de un hombre detenido.
La novela se estructura como los recuerdos relatados por los miembros de Troop D, la Policía Estatal de Pensilvania, a Ned Wilcox, el hijo de un compañero ya fallecido. Ned sentirá la misma fascinación por el Buick que sintiera su padre. Es como una ghost story, una historia de terror narrada por un grupo de gente. Detaca el sistema de narrador múltiple que usa King, que otorga un dinamismo especial a esta novela de terror con ciencia ficción. Ha sido un viaje alucinante al mundo de King.
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